Lejos quedan ya aquellos muebles de salón enormes, repletos de cajones, puertas y vitrinas en las que nuestras abuelas guardaban la vajilla que solo usaban en Navidad, la cristalería, la cubertería, infinidad de figuritas, juegos de café, marcos con fotos, arreglos florales…
Hoy en día esos grandes muebles que ocupaban la totalidad de la pared disponible (por aquello de aprovechar todos los rincones), han sido sustituidos por pequeños módulos apoyados sobre el suelo o colgados en la pared.
Pero además de descargar la pared de piezas, la colocación de los módulos también ha sufrido una evolución, dejando la verticalidad y la horizontalidad a un lado, para pasar a una geometría de volúmenes y formas sin límites.
Esto ha hecho que nuestros salones hayan adquirido una mayor frescura. Se han convertido en habitaciones menos formales, de esas de “mírame y no me toques”, para pasar a ser el núcleo central de la central de la vivienda en el que se suceden todo tipo de acontecimientos y se desarrollan actividades de toda índole.
Con el diseño a nuestro favor, la imaginación ya no tiene límites.
Fotografías: Giessegi